La incertidumbre siempre está ahí, y es máxima cuando iniciamos algo nuevo. Esto es así porque no podemos ver el futuro. Y mucho menos predecirlo. Esto nos obliga a tomar decisiones con muy poca o ninguna información. Además y para complicar la cosa, la información de que disponemos tiene siempre sesgo y es muy incompleta.
Esto hace que luchemos por conseguir toda la información que podemos en el mínimo tiempo posible, tenemos que luchar por hacer que nuestro proyecto no se estrelle debido a decisiones tomadas en ese ambiente de opacidad en el que nos movemos.
El arma que utilizamos para combatir esta incertidumbre y esta falta de conocimiento sobre lo que nos espera, es hacer planes. Confiamos en los planes para que nos disipen la opacidad en la que nos movemos. Pero ¿Cuál es el objetivo real de estos planes? Si lo piensas bien, el objetivo real es tranquilizar nuestra cabeza respecto a un futuro incierto. Y cuanto más detallados, más (falsa) tranquilidad generan. Planes al milímetro, planes de negocio, de marketing, de aprovisionamiento, planes por si los planes salen mal (de contingencia) que apoyan en caso de que los primeros planes no funcionen. Hasta el infinito y más allá…
Pero los planes detallados tienen un lado oscuro, un lado que rechazamos muchas veces de forma inconsciente. Porque cuando las cosas no van como marcan los planes (cosa muy habitual) nos bloqueamos. Tanto tiempo y recursos dedicados a su elaboración no pueden volatilizarse de forma inútil. Ni hablar.
El lado oscuro de los planes:
- Un plan muy elaborado hace que perdamos de vista opciones que surgen a lo largo del camino (y que merecen ser exploradas). Cuanto más elaborado este el plan menos opcionalidad permite generar.
- No tenemos tanta influencia en el futuro como creemos.
- Y el peor de todos (y mas suicida) hacerlos en base al pasado.
Los planes detallados elevan expectativas y reducen opciones. Su objetivo perverso es ofrecer una falsa seguridad al que los hace, y meter presión al que los ejecuta (o padece). Es como ponernos unas orejeras de burro que no nos permiten ver más allá de lo que tenemos enfrente. Corremos hacia nuestro objetivo olvidando todo lo demás. Eso hace que perdamos opciones de forma automática.
Es mucho más valioso montar un sistema que nos permita jugar con las opciones que van apareciendo, para ir sumando probabilidades de encontrar alguna que merezca la pena y explotarla al máximo. Tenemos que dejar que el azar haga su trabajo. De hecho lo va a hacer siempre, nos guste o no, así que mejor saberlo entender para poderlo gestionar.
El viejo manual dice: Dedica tiempo y recursos (que no tienes) a crear un detallado plan de negocio, que contenga detallados objetivos, planes financieros, de marketing, de aprovisionamiento, de logística, de contingencia, verás como así te va muy bien.
La nueva forma de hacer las cosas dice: No malgastes tu tiempo en crear planes de negocio demasiado detallados con objetivos demasiado específicos. Asume que no tienes ni puta idea de lo que puede pasar. Crea unas líneas generales de actuación, da poder de decisión a las personas que los ejecutan y comienza a probar. Deja que la gente pruebe y juegue con lo que pretendes vender, y crea los canales para que después te cuenten su experiencia. En resumen: a largo plazo es mucho más rentable crear un sistema abierto que permita ir jugando con las oportunidades que se presentan, que un sistema cerrado de planificación y objetivos basados en hipótesis, que la mayoría de las veces resultan falsas. El método Lean Startup se ha creado para esto. Es el método que convierte en operativa toda la gestión basada en la incertidumbre que estoy explicando en este blog.